Investigadores en asamblea fuera del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación (Buenos Aires) Foto de Victor R. Caivano/AP.

Nature y Science son dos puntos de referencia fundamentales para cualquier investigador: ambas revistas son sumamente respetadas por la comunidad científica internacional.  Lo que ahí se publica llega a gran parte de los científicos de todo el mundo.

En las últimas semanas, ambas revistas publicaron artículos sumamente críticos sobre los recortes que viene sufriendo la investigación argentina.

Empecemos por el más reciente y  último en orden de aparición: el artículo de Alberto Kornblihtt, director del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias de la UBA publicado por Nature el pasado 10 de enero (Where science and nonsense collide) el cual fue replicado al día siguiente en castellano por el diario Página 12 (Donde chocan la ciencia y el sinsentido).

Entre sorpresa y rabia el autor explicó que, durante su campaña electoral, el actual presidente, ingeniero Mauricio Macri, había prometido aumentar la inversión en ciencia y tecnología. Sin embargo, la ley de presupuesto nacional aprobada por el Congreso para 2017 recortó en un 30 por ciento los fondos destinados para tal fin.

Es casi inevitable, concluye el autor, que se vuelva a repetir una nueva “fuga de cerebros” como la que se verificó durante la última dictadura civico-militar, o bien en épocas de crisis económica.

Otro aspecto que el artículo subraya es la existencia de campañas sucias destinadas a denigrar a los científicos ante la opinión pública: se los tildan de meros “publicadores de papers”, como si las publicaciones no fueran un válido instrumento para difundir los resultados o las conclusiones de una determinada línea de investigación.

Está claro que la intención de fondo es la de manipular varios estratos de la sociedad y así generar desconfianza hacia los científicos y hacia el trabajo que realizan. Para hacer aun más redundante el concepto, un alto exponente del Gobierno nacional agredió uno de los fundamentos de la ciencia afirmando que: “el pensamiento crítico ha hecho demasiado daño a nuestro país”.

El 3 de enero Nature publicó el artículo “Argentina’s researchers occupy science ministry” que habla de la ocupación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación por parte de los becarios del CONICET.

Tiempo antes, el 17 de noviembre 2016, la misma revista advertía sobre el descontento entre los investigadores ante el inminente recorte “Argentina president’s first budget angers scientists”. Science, en cambio, algunas horas antes ya anticipaba como “ciencia cierta” lo que hasta entonces eran solo indiscreciones: “Argentina’s scientists engulfed in budget crisis”.

Ahora bien: lo que llama la atención de todo este asunto es el fuerte contraste entre los artículos apenas mencionados y aquellos publicados meses antes (precisamente durante el mes de agosto de 2016) que describían a la investigación científica argentina como “sana” y en “rápido crecimiento”: “A tale of two governments: the politician behind Argentina’s science growth”.

Beti Piotto